El plural de utopías, de ese no-lugar múltiple
(u-topos), indica una reivindicación de los diversos
caminos sociales, políticos, culturales.
El pensamiento
único, con el neo-liberalismo al frente, se ha instalado,
quién sabe si definitivamente, en la sociedad occidental
y amenazada, desde una concepción económica sesgada
de la globalización, al resto del planeta. Reivindicar
la Utopía, aquella que da impulso a la creación,
a la reflexión, es hoy una necesidad. Un imperativo ético.
Navegar contra corriente, a bordadas, es algo más que
un deber; ha pasado a ser el Compromiso, sí con mayúsculas,
que nos queda a los que no aceptamos con pasividad la realidad
dada. Lo aparentemente inmutable. el cambio, la transformación
es siempre posible y deseable. Más y mejor, cómo
no, pero con una finalidad: la Justicia Social.
Hoy la lucha se
da, por fortuna, en las mentes. Nuestra capacidad de decisión
es amplia, sin embargo, la apatía, el tedio, ese monstruo
que todo lo consume, campa a sus anchas. Reivindicar las utopías
es reivindicar su reinvención, su impulso de ir a más,
de ir hacia. Ilusión, empeño, tesón, lucha
no son palabras vacías, y si así fuera, habrán
de ser de nuevo colmadas para mostrar nuevos rumbos.
De la vieja tríada
ilustrada que se convirtió en el símbolo de la
revolución francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad
la gran olvidada, denostada, ha sido la última. La manipulación
de conceptos tan hermosos como LIBERTAD o IGUALDAD ha demostrado
su relevancia, su interés inmancillable. A la FRATERNIDAD
se la ninguneado; y desde la pluralidad de un mundo complejo,
escindido, lleno de conflictos explícitos, y no tan evidentes,
es imprescindible su recuperación. Descargándola
de tintes religiosos, en todo caso con sus ribetes, pero con
la certeza de que el Otro es uno mismo.
Lo lúdico
del arte, del pensamiento, no lleva, en una especie de camino
sin retorno, a lo banal, a la primacía de la novedad
vacía. El disfrute hedonista en el que estamos inmersos
no puede ser la excusa de la superficialidad sino el acicate
que espolee la imaginación. El Qí, la esencia,
es siempre creativa, combativa o de de ser.
Corren tiempos
dificiles, un fantasma ridículo y terrible recorre Occidente:
el de la APATÍA.
Potencialmente
el planeta en su conjunto lleva dentro de sí el hálito
del cambio, de la mejora, del progreso económico y moral,
pero la sinrazón acecha, agazapada en cada uno de nosotros.
Vencerla es vencernos en aras de esa mejora. La humanidad lo
necesita, nos necesita, la tierra se debate entre un salto hacia
el verdadero progreso cualitativo y nuevos años oscuros,
y todos formamos parte de ese proceso, querámoslo o no.
Las utopías
se han erigido en muchas ocasiones en el motor de la vida y
de la historia. El hombre libre ha transformado la realidad
mediante la implantación de una escala de valores espirituales,
culturales, científicos y políticos. La crítica
social ha permitido la modulación y la construcción
de los Estados ideales, siempre llenos de contradicciones en
la búsqueda de unos objetivos más o menos intangibles.
Hay que combatir la dualidad cultural tan denostada: el humanista
y el científico deben confluir en la sociedad de la que
ambos son ciudadanos comprometidos con la realidad.
¿Han muerto
las utopías? Algunos pensamientos apuntan al mesiánico
mundo de la comunicación y la tecnología como
plasmación del sueño utópico. De las utopías
clásicas de las ciudades ideales, de espacio restringido,
se ha pasado a la consecución de Estados globalizados,
de espacios ilimitados. La tecnología, no obstante, aparece
como una fuerza neutra, un instrumento: es una moneda que tiene
una cara amable y otra cara de ceño fruncido. En la ceca
de la utopías actuales se acuñan monedas con una
desmesurada aleación de pragmatismo. ¿Tiene cabida
la utopía en un mundo donde es más dificil obtener
la licencia para soñar que la licencia de armas?
No es cuestión
de encontrar Baratarias individuales. Los falansterios del siglo
XXI tampoco son muy halagüeños, no hay uno sólo
que no tenga abono mensual a los canales digitales de televisión.
Se trata de luchar contra el conformismo, el inmovilismo, la
atonía. Renegar del sofá de sobremesa que asiste
impasible al elenco interminable de atrocidades que no le van
a la zaga de Hirishima. Disfrazarse de argonauta para buscar
el vellocino de oro del progreso y la ilusión. Los ingenieros
culturales, por si acaso el esfuerzo cae en saco roto, conservan
un adoquín del muro de Berlín en las estanterias
de la memoria.
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