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Oriente resuena en nuestra mente cargado de connotaciones. Nos llega filtrado por el aparato conceptual que Occidente ha ido construyendo durante siglos para aproximarse a él. Oriente no suele ser más que la colección de sueños, imágenes y términos que Occidente tópicamente ha proyectado. Por eso, hablar de Oriente, también es hablar de Occidente y del Orientalismo.

Siempre que nos explicamos el mundo, lo hacemos desde un lugar, desde una determinada tradición cultural que va a marcar enormemente nuestra aprehensión de lo/el otro. La particularidad que presenta el concepto de Orientalismo es su combinación de una dimensión epistemológica con una dimensión política. Occidente elabora una imagen verosímil de Oriente a los ojos occidentales, una imagen jerárquica entre dos mundos, una imagen fija de qué "es" Oriente.

En nuestro imaginario colectivo Oriente sigue siendo lo desconocido, lo exótico. Un mundo habitado por emperadores, emires, monjes, samuráis y geishas de otro tiempo. Pero también un mundo tecnologizado y lleno de carencias con un enorme potencial económico y humano. Ante la falta de una visión comprensiva de Oriente, al preguntarnos sobre él, nos vienen confusas a nuestra mente todas estas imágenes contradictorias, contrapuestas. Imágenes que se solapan en los medios de comunicación, atendiendo a los gustos e intereses del comentarista de turno. Esta "incapacidad", cuyas raices exploraremos a continuación, es lo que da lugar a la famosa máxima con la que solemos definir el Oriente contemporáneo: "tradición y modernidad".

La causa de toda esta confusión deriva del objetivo último que da sentido al discurso orientalista. El desarrollo de los estudios orientales, con la consiguiente concesión de fondos estatales en las grandes potencias occidentales, se impulsó al hilo de la expansión colonial occidental. La dimensión política se convirtió así en el motor de la discursiva, pues es en su avance hacia Oriente cuando Occidente siente la necesidad de potenciar este campo de estudios para legitimar teóricamente el control que está ejerciendo en la práctica.

Mediante el desarrollo de los estudios orientales, Occidente se presenta como el creador y difusor de las identidades de estos pueblos. Es Occidente quien conoce a los orientales, pues es él quien define a cada uno de ellos, situación ésta que le coloca en una posición privilegiada de poder. Esto se refuerza por el enfoque teórico desde el que se realizaban estos estudios: el evolucionismo social. Esta corriente de pensamiento establece una jerarquía entre las distintas sociedades en función de su grado de desarrollo, situando a Occidente como ideal al que deben tender los otros pueblos en su larga marcha hacia el progreso. Y, por consiguiente, un pueblo se definirá como más evolucionado cuanto más abandone sus patrones culturales y adopte los occidentales. Esto no quita para que Occidente valore algunas prácticas tradicionales de estos pueblos, pero, en la inmensa mayoría de los casos, no como modelos válidos para un desarrollo futuro, sino como ilustres reliquias del pasado.

Desde esta perspectiva, si los occidentales están más evolucionados, es decir, son superiores, y son los únicos que conocen a los orientales, deberán ser ellos quienes les gobiernen de un modo u otro, por el bien de los propios orientales. Un bien que sólo Occidente conoce. Esto se plasmó hasta mediados del siglo XX en el establecimiento de vastos imperios coloniales y, de forma más sutil en nuestros dias, en el dictado de las normas por las que se rige la comunidad internacional.

A la luz de lo dicho anteriormente, el objetivo de este número es presentar algunos aspectos de Oriente desde un marco conceptual alternativo, escapando del discurso de dominación empleado tradicionalmente para referirse a estos pueblos del otro lado del globo, de un globo cada vez más pequeño. Nuestro empeño es acercarnos a un mundo que la mundialización, la globalización, hace cada día más cercano. Gracias a su ingente capital humano y al dinamismo económico que está experimentando, Oriente, se convertirá en uno de los protagonistas principales de la comunidad internacional del siglo XXI. Oriente es una realidad cada vez más presente en nuestra vida cotidiana, en nuestras calles, en forma de restaurantes o con alusiones estéticas esquivas... De nosotros depende que nos aporte algo más que eso, un diálogo enriquecedor con nuestros vecinos y sus civilizaciones y culturas milenarias.


Oriente
2001