La noche
del 26 de septiembre de 1940 muere el filósofo alemán Walter
Benjamin en la cama de un hotel barato de Port Bou, provincia
de Girona: se ha suicidado tomando morfina. La larga huida concluye
en la frontera pirenaica en un intento desesperado por llegar
a Lisboa y allí embarcar hacia los Estados Unidos de América.
Si pensamos
en las diferentes acepciones de lo que podemos entender por
frontera, la imagen más directa e inmediata que obtenemos es
la del confín de un Estado; hablamos de la frontera como lugar
espacial o geográfico que sirve para separar o dividir dos Estados.
En sentido estricto es la divisoria entre dos naciones. El concepto
de frontera ha evolucionado mucho con los tiempos. El limes
imperii de los romanos no era una línea trazada mediante el
acuerdo de ambas partes, sino simplemente el lugar donde se
detenían las legiones romanas. Las fronteras podemos clasificarlas
en: físicas, constituidas por accidentes geográficos; geométricas,
trazadas de diversas formas; antropológicas y, por último, complejas,
aunando varios tipos de los citados. Es interesante observar
la clasificación desde el punto de vista histórico ya que esto
nos va a dar algunas claves para entender el término que nos
ocupa. Fronteras antecedentes son las establecidas previamente
a toda colonización y aun a su descubrimiento. Aparecen principalmente
en África y América. En general serían límites trazados sobre
los mapas en los despachos de los colonizadores. Las fronteras
subsecuentes son las establecidas después de haberse desarrollado
la región atravesada por ellas. Casi todas las europeas pertenecen
a este tipo. En tercer lugar tenemos las fronteras sobrepuestas
que son las que cortan áreas dentro de las cuales existe unidad
cultural; se encuentran fundamentalmente en Europa oriental.
Por último, las fronteras consecuentes son las que se establecen
en regiones escasamente pobladas o de densidad de población
nula; se encuentra en América y, en Europa, en los Pirineos.
Resulta
inevitable y necesario hacer un paralelismo entre esta muerte
en la frontera hispano-francesa del pensador berlinés huyendo
de los nazis y su propia obra intelectual siempre al borde de
distintas disciplinas: filosofía, literatura o mística. Su interés
se centrará siempre en el margen del progreso y lo que de él
se va desprendiendo. Benjamin recoge los trozos o partículas
de la modernidad para alumbrar una nueva concepción filosófica
de lo fragmentario como núcleo central del pensamiento del siglo
XX, y quizás del XXI. La herramienta no puede ser otra que el
extrañamiento. El destinatario será quien quiera escuchar a
la Historia y hurgar en sus propias heridas. El fin buscado,
desmontar el andamiaje de esa Historia reificada para poder
construir algo nuevo sin perder de vista al ser humano y sus
creaciones artísticas.
En el cementerio
de Port Bou, a pocos metros de la fosa común donde reposan los
huesos del filósofo, se encuentra la escultura del artista Dani
Karavan (Tel Aviv, Israel, 1930) "Pasajes", homónima de la obra
más ambiciosa de Benjamin. La memoria de los sin nombre está
implícita, en cierta manera, en toda su biografía, pero es a
él a quien se pretende honrar con este monumento y con el edificio
que restaurará el arquitecto británico Norman Foster para albergar
la Fundación Walter Benjamin, constituida en 2000.
La obra
filosófica de Benjamin no consiste en tesis o argumentos dentro
de un sistema estructurado, sino en apuntes, intuiciones y perfiles;
constituye una "atmósfera" más bien que un sistema de ideas.
Se manifiesta sobre todo por medio de reflexiones e "iluminaciones"
sobre obras de arte, textos y ambientes. Expresó su sensibilidad
para las fatalidades y las revelaciones del espíritu del tiempo
en trabajos fragmentarios de crítica literaria, pero también
en agudas observaciones de la cultura cotidiana. Se nutre de
todo lo que le rodea y así es capaz de aunar aficiones tan distantes
como la cábala, el coleccionismo de objetos, la literatura infantil,
el marxismo, o el coqueteo con el hachís. Benjamín señalaba
que la humanidad no necesitaba una revolución sino una interrupción:
la Historia como un prolongado sueño a veces apacible, otras
plagado de pesadillas totalitarias y violentas. En el esfuerzo
de Benjamin de volver la mirada sobre aquello considerado obsoleto,
de hurgar en los desperdicios de la modernidad, podemos reconocer
toda una actitud política, una resistencia contra aquella visión
de lo moderno como lo actual, y lo actual como lo nuevo.
Volvamos
a los Pirineos, lugar de paso de muchos españoles que en los
años de la guerra civil escapan de la barbarie buscando refugio
en Francia. Por esa misma frontera entran judíos europeos, como
Benjamin, que escapan de las garras de la Gestapo, anhelando
una salida hacia el océano Atlántico. Posteriormente, en la
década de los 70, esa frontera representaría para los españoles,
una vez más, el camino hacia la libertad y hacia un puesto de
trabajo bien remunerado. Estamos moviéndonos en torno a la frontera
entendida como línea divisoria de dos mundos dispares entre
sí, bien por cuestiones políticas, bien por nivel económico.
Es en esta "aldea global" donde supuestamente todos participamos
de un mundo único y común, donde las diferencias económicas
y de libertades se hacen más patentes que nunca. Por ello, los
países ricos protegen a sangre y fuego sus límites territoriales
y la entrada de otros individuos en busca de la supervivencia.
Por ello, los países con diferencias culturales o religiosas
levantan muros y alambradas que disipen cualquier intento de
convivencia. Ojalá el museo sobre el exilio de La Jonquera sirviera
para reflexionar sobre Ceuta. Ojalá los últimos restos-souvenirs
del muro de Berlín nos recordaran el muro que se está construyendo
en Palestina. El goteo continuo de muertos subsaharianos y magrebíes
en las playas de Cádiz; de albaneses en los barcos cargados
hacia Italia; de mejicanos en el desierto de Tejas, o de cubanos
en el Golfo de Florida tendría solución si los gobiernos implicados
de uno y otro lado emplearan recursos económicos y diálogo en
un problema con solución a medio plazo. Por el contrario, se
entorpece cualquier intento de acercamiento desprestigiando
a la otra cultura, religión o costumbres y estigmatizando, no
sólo a un líder político, sino a todo, absolutamente a todo
lo que está a su alrededor, incluido su pueblo. Sobre esta base,
el odio está servido.
Walter
Benjamin nació en Berlín en 1892 en el seno de una familia judía.
La época en la que vive se suceden, como sabemos, multitud de
acontecimientos históricos: Primera Guerra Mundial, Revolución
soviética, triunfo del nazismo… En la compleja trayectoria intelectual
de Benjamin acostumbramos a distinguir, como mínimo, dos fases
sutilmente interconectadas. La primera la marca una orientación
radicalmente idealista, y comienza con el periodo de militancia
en el espiritualista "Movimiento de la juventud". A partir de
1916, habiendo dejado de lado aquellas convicciones, su trabajo
se centró en diversos escritos de carácter teológico y nihilista:
Sobre el lenguaje general y sobre el lenguaje de los hombres
de 1916, Sobre el programa de la filosofía futura de 1918, Crítica
de la violencia de 1921, y las importantes contribuciones primerizas
que hizo en materia de estética y crítica literaria, alrededor
del universo romántico y las posibilidades de una filosofía
crítica del arte. Aquella fase más o menos idealista culminó
hacia 1925 con el maravilloso estudio sobre El origen del drama
barroco alemán en donde integró la mayoría de las ideas fundamentales
que hasta ese momento le interesaban.
Lo que
podríamos llamar "el segundo Benjamin", su período materialista,
comienza hacia 1924, tras conocer a Asja Lacis quien actuó como
detonante de la conversión de Benjamin hacia el materialismo
histórico. El primer fruto fue el fragmentario modelo de escritura
que representa Dirección única. A partir de aquí sus esfuerzos
se centran en la traducción de sus tentadores planteamientos
idealistas a una perspectiva materialista y, sobre todo, a la
elaboración del libro sobre los Pasajes parisinos en los que
pretendía mostrar, disgregada en innombrables constelaciones,
una imagen dialéctica de la modernidad como una época histórica
dominada por el mito y la fantasmagoría de las ilusiones de
la burguesía fin de siècle. Nos ha dejado estudios de una penetrante
y anticipada lucidez dedicados al arte y a la literatura. Estuvo
estrechamente vinculado al grupo de filósofos de la Escuela
de Frankfurt y divulgado con retraso y de forma entrecortada
hasta el día de hoy. Con su suicidio dejó en suspenso lo que,
sin duda, constituye una de las obras más laberínticas, extrañas
y fragmentarias del siglo XX.
La frase
"en el conocimiento lo más individual es lo más general" le
viene como anillo al dedo. Si algo caracteriza su pensamiento
es la subjetividad y el procedimiento filosófico tradicional
aplicado a lo casual, efímero e incluso completamente nulo.
Que hay infinita esperanza, pero no para nosotros, hubiera podido
ser el lema de su metafísica si se hubiera prestado a escribir
una: "lo Eterno es en todo caso más un adorno en la ropa que
una idea". Su halo es el del literato refinado. Al no respetar
la frontera entre el literato y el filósofo hizo de la necesidad
empírica su virtud inteligible. Aprendió a demostrar, con silenciosa
risita, la vacuidad de las enormes pretensiones originarias
de la prima filosofía. Siempre está presente la conciliación
del mito. Para él, la filosofía consistía esencialmente en comentario
y crítica, y al lenguaje como cristalización del nombre, le
adscribía un derecho mayor que el de ser portador del significado
y hasta de la expresión. El centro de su pensamiento es la idea
de la salvación de lo muerto como restitución de la vida desfigurada
por la culminación de su propia cosificación hasta descender
a lo inorgánico. "La esperanza sólo nos ha sido dada en aras
de lo carente de ella". Incide en lo absoluto, pero de forma
quebrada, mediata. Lo único eterno en él es lo perecedero. Si
se busca un resultado en la filosofía de Benjamin, se quedará
necesariamente decepcionado; sólo satisface a aquel que cavila
hasta encontrar lo que le es inmanente: "Y una noche la obra
cobra vida".
Walter
Benjamin estuvo incapacitado para la vida cotidiana, para el
matrimonio, o para la relación con su hijo. Quien no se adapta
sufre el suplicio del día a día. La mirada cambia y se vuelve
hacia dentro. Entra en escena el miedo, el hastío y la posibilidad
del abandono en busca del descanso. Las fuerzas no dan para
más. Permanecerá para siempre una sonrisa teñida de tristeza.
Fue un personaje incómodo para la sociedad, al igual que lo
fueron, por ejemplo, Lorca o Pasolini. Sus asesinatos se llevarían
a cabo, antes o después, para eliminar de la realidad social
a intelectuales carismáticos dispuestos a denunciar públicamente
lo que todo el mundo sabía. La persecución del poder totalitario
e intolerante es implacable: censura, acosamiento, aislamiento,
muerte. El suicidio de Benjamin es el paso de la última frontera,
la que separa la vida de la muerte. El suicida decide poner
fin al peregrinaje, a la escapada, al ostracismo. El suicidio,
por tanto, es entendido como el escape en busca de lo que está
al otro lado de esa frontera-abismo. Más allá espera el vacío
para acoger al que decidió volar para siempre. Atardece en Port
Bou y el último sol lucha por atravesar la espesa bruma que
apenas deja observar un mar calmado de color pardo.