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Historia, educación, poder: instrumentalización identitaria al servicio del poder

Hablar de los orígenes del tipo de Historia que se enseña hoy en día en las escuelas y en los manuales de los alumnos,es hablar de los orígenes de los sistemas educativos de carácter universal y del origen de los propios Estados nacionales que los garantizaron y pusieron en marcha. A raíz de la crisis de la modernidad, esto es, a partir de los ciclos revolucionarios que arrumbaron los regímenes tardofeudales de los países occidentales e instauraron el orden liberal-capitalista, el Estado-nación se convirtió en el órgano de poder por antonomasia de las nuevas sociedades. Uno de los medios para lograr serlo fue el monopolio o el control de una educación que progresivamente se universalizó y acogió a capas más amplias de población, lo que motivó la organización de unos sistemas educativos cada vez más complejos en un proceso que abarca los siglos xix y xx, precisamente los siglos de la propia construcción de estos Estados.

Pero en estos nuevos sistemas educativos garantizados por el Estado (aunque no necesariamente estatales), ¿qué Historia se impartía? Esta es una pregunta que podemos resolver por oposición analizando la Historia del Antiguo Régimen.Esta Historia era -a grandes rasgos y descartando algunas excepciones que anunciaban una transición- una forma de literatura destinada principalmente a la educación de miembros de familias reales, aristócratas y altos eclesiásticos, y su fin era el de perpetuar hazañas dinásticas y la versión del pasado consagrado en la Biblia. Frente a esta forma de historiar claramente premoderna, durante la Ilustración -al borde de la era de las revoluciones liberal- capitalistas-tomó cuerpo una forma alternativa de construir el pasado con un nuevo utillaje teórico y experimental,cuyos focos principales fueron la ilustración francesa de los Diderot, D ’Alambert, Montesquieu,etc.,y la escuela escocesa de los Malthus y Adam Smith. Esta no era todavía una Historia ni autónoma ni académica,de hecho, aunque todos los personajes nombrados poseyeran una concepción del pasado innovadora, no es por esta faceta por la que son más reconocidos. No obstante, supusieron una de las fuentes más directas de la que bebieron los profesores que ocuparon las primeras cátedras de Historia creadas por los nuevos Estados a lo largo del siglo xix en Europa y América, donde la Historia se profesionalizó construyendo (fundamentalmente) una versión del pasado que fue la que se enseñó en los niveles educativos inferiores,en las escuelas.

Esta versión del pasado dominante adoptada por los nuevos Estados es la que conocemos como «historias nacionales ».Si tenemos en cuenta que es la época en la que se nacionalizaba la economía (creación de mercados nacionales),la cultura (museos,lenguas,estilos artísticos, etc.,nacionales),la violencia (ejércitos y policías nacionales),la ley (códigos civiles nacionales),etc.,resulta perfectamente lógico que a la hora de escrutar el pasado, la interpretación que se le diera fuera en clave nacional,que se nacionalizara el pasado.De esta forma, y teniendo en cuenta la progresiva universalización de los sistemas educativos, se familiarizaba a la sociedad con una serie de mitos, símbolos y vínculos emocionales a través de la versión del pasado expuesto en las escuelas.Igualmente, la enseñanza de la Historia nacional servía como cohesionador emocional de las nuevas sociedades por encima de la propia organización clasista de la sociedad capitalista -lo cual, por tanto, no era sino un dispositivo más de control social-y de otras formas sociales que estaban materializándose -concretamente,las derivadas de la lucha de clases y de otras identidades nacionales alternativas-. Asimismo servía de legitimador del propio Estado nacional,ya que se buscaba el origen de la nación en la noche de los tiempos y se exponía su existencia a través de los siglos hasta el presente,en el cual se hallaba en el máximo estadio de desarrollo y realización: el estatal. Siguiendo esta línea, la legitimidad que conseguían las antiguas monarquías del Antiguo Régimen por la gracia de Dios, la conseguían los nuevos Estados por la proyección -mítica- de la nación hacia el pasado. Es decir, mediante la Historia por gracia de la nación.

Por lo tanto, la Historia fue empleada como instrumento ideológico y político, lo que sirvió a los historiadores para justificar y consolidar su función social. Fue una profesión crecida al amparo del nuevo poder y que proyectó poder hacia la sociedad para contribuir a su encuadramiento identitario, tanto en el plano de la investigación historiográfica como en el de la enseñanza. Fue en definitiva, la Historia de los grandes hombres, los grandes hechos, la Historia cuyo interés se restringía a unas pretéritas elites sociales -ahora nacionalizadas-como encarnación de las sociedades de su tiempo y su devenir hasta alcanzar el necesario y glorioso presente. Esta Historia entró en crisis en los ámbitos universitarios a partir de la Primera y, especialmente, la Segunda Guerra Mundial.Contribuyeron a ello el descrédito del nacionalismo como responsable de buena parte de aquellos desastres bélicos y la pujante interpretación del pasado de las sociedades a la luz de los ya dominantes conflictos de clase, conflictos que estaban enla base de la Guerra Fría, período en el cual por primera vez en la Historia todas las tensiones del planeta quedaron subordinadas al gran conflicto entre Este-Oeste, ya fuera por motivos políticos, religiosos o nacionales, y que motivaron que, en el mismo seno de los conflictos, los implicados se redefinieran también en función del espacio que ocupaban de derecha a izquierda en el juego global de la Guerra Fría.

Pero existe otro factor muy importante que ayudó a superar en el campo de la investigación a esa vetusta Historia nacional centrada en las elites:la mayor democratización desde principios hasta mediados del siglo xx de los Estados occidentales más destacados en la investigación historiográfica. Esto,en correspondencia,significó un interés creciente por parte de los investigadores hacia capas sociales anteriormente invisibles a la historia de las elites,pasando a un segundo plano la capacidad y el interés nacionalizador de la Historia. A la hora de interpretar el pasado, se cambió el dominio de una clave nacional por el de una clave social -sin que ello significara la desaparición de la primera-; es la gran época de la Historia social, de la Historia desde abajo,de la escuela francesa de los Annales, de los marxistas británicos,etc. Así que vemos un claro tránsito en el interés de la práctica historiográfica, ya que paralelamente a la implantación del sufragio universal y el aumento del peso político de la clase trabajadora,se fue abandonando el interés por una Historia selecta y restringida.Una Historia,aquella,en sintonía con unos Estados de sufragio censitario donde las clases dominantes veían con recelo explícito las pretensiones sociales de un pueblo convertido en nación,y que era nación para figurar como excusa en los manuales y ser también excusa para el orden establecido,pero no para ser sujeto efectivo ni del poder político ni del económico. De modo que existió un viraje en el plano universitario y científico, pero paradójicamente ese cambio no cuajó con la misma intensidad en las escuelas,en los manuales de colegios, institutos, liceos, etc. Y es que aunque esta visión renovada de la historia se hizo -ya en España,tardía y parcialmente-un hueco en los libros y en las clases para dar nociones de economía,sociedad y cultura en el pasado (aunque nada de historia de las mentalidades),todo ello quedaba claramente sujeto a una concepción nacional de la Historia. Este protagonismo conceptual de lo nacional en el caso español resulta sintomático en las célebres disputas entre la Administración central y las autonómicas por el asunto de los currículos de la asignatura, donde lo importante no era dar carpetazo a una visión superada de la Historia, sino sacar mayor cuota para perpetuar la propia visión del pasado,tan aldeanas o cosmopolitas las unas como las otras,una tendencia reforzada en algunos casos por el brioso retorno del, enorigen,decimonónico paradigma evenemencial en el marco de la crisis de la Historia.

En los últimos diez años este circo de la tenaza identitaria en España aplicada a la enseñanza de la Historia contó con actores inevitables y con otros que se han hecho hueco a golpe de posmodernidad. Entre los primeros se encuentran funcionarios de primera fila, de segunda, asesores de la Administración, políticos profesionales, historiadores y pedagogos entreverados con los anteriores, y, cómo no, la gerontocrática Real Academia de la Historia, preocupada en medir con voluntariosa imaginación en qué punto se halla el proceso de disgregación de España auscultando los libros de texto de Historia disponibles en el mercado. Entre los segundos actores encontramos a los creadores de opinión, tribu furiosa que en el momento en que la información no es rentable para sostener a las empresas periodísticas - fiándolo todo éstas a la fidelización de la clientela mediante la opinión-, son capaces desde sus columnas y tertulias de mantener y avivar, cuando interesa, estados de opinión exasperados y coincidentes con la postura de partidos políticos,por lo que influyen de manera no cuantificada en lo que respecta a la elaboración de currículos y, en último término, en la enseñanza misma de la Historia.

Entre este abanico de expertos, estrategas de conflictos políticos y simples alborotadores se hace evidente la imposibilidad de sustraer la enseñanza de la Historia de conflictos que no le atañen y, en los que en cualquier caso, no tendría que ser un instrumento. Por ello los currículos de Historia de secundaria y bachillerato en España -en primaria la Historia casi no existe y la universidad es otro mundo- se siguen aherrojando en la horma de la identidad nacional (discretamente aderezada con otros elementos)y no en el molde de la disciplina que estudia a las personas y sus sociedades en el pasado,con lo que queda inutilizada ante instrumentalizaciones presentistas y anacrónicas, en las que tan alegremente participan numerosos historiadores. Muchos de ellos consagrados e incluso miembros del star system de la profesión, pero malos historiadores,o con pocos escrúpulos, al cabo.

La guerra entre el Ministerio de Educación y Cultura y las consejerías autonómicas del ramo no debe ser una guerra de la Historia, al igual que las disputas entre identidades no deben ser guerras de la Historia. La Historia las estudia,pero ese límite no existe cuando ésta sirve para formar alumnos,por lo que la única repuesta coherente y satisfactoria que se obtiene es que no se está dispuesto a permitir que su enseñanza deje de ser un instrumento de poder para ser uno de conocimiento. De ello se deriva, además, que todos aquellos historiadores vinculados con la educación que aspiran a romper la secuenciación que da título al presente artículo,están muy lejos de conseguirlo y de tener influencia en los nodos de poder donde puede empezar a conseguirse.