Márgenes

 


Fiesta del Corpus en la cárcel de mujeres de Ventas


Imagen facilitada por el autor del artículo

Un hallazgo
Toda imagen relata o describe una historia, pero a su vez contiene una historia propia y particular, desde la del instante en que fue tomada -instante, esencia de la fotografía- hasta la de su destino posterior, las manos por las que pasó, el uso o el abuso que se hizo de ella. Es esa carga de historia la que, cuando es inmensamente densa, puede llegar a convertirla en un icono, como el famoso retrato del Che Guevara por Alberto Korda, o la del miliciano de Robert Capa cayendo fulminado por una bala.

La imagen que recoge este número de Dezeme no es ningún icono, aunque habría podido serlo tanto por su fuerza expresiva como por su capacidad simbólica. Su negativo duerme en el archivo regional de la Comunidad de Madrid, en el fondo fotográfico Santos Yubero, comprado por la CAM a su autor, veterano periodista del diario Ya. Apenas ha sido reproducida, ya que hasta hace muy poco tiempo ni siquiera había sido positivada por los servicios técnicos del archivo. La encontré hace un par de años cuando estaba realizando un trabajo de investigación sobre la cárcel femenina de las Ventas durante los tres primeros años del franquismo, en Madrid. Una época oscura y hermética, donde las cifras diarias de fusilados no solían aparecer en la prensa oficial, mujeres incluidas -algunas de ellas menores de edad-, como las famosas “Trece Rosas ” ejecutadas el 5 de agosto de 1939. Una época en la que, según algunos testimonios, Ventas albergaba a unas diez mil presas, multiplicando su capacidad originaria para quinientas, y en la que se producía un constante goteo de fallecimientos por hambre y enfermedades. Un verdadero “almacén de reclusas ”, por utilizar una expresión acuñada por las mismas mujeres que la padecieron: la cárcel femenina más poblada de la historia de España.

La imagen que nos ocupa no estaba aislada, sino que formaba parte de un reportaje fotográfico sobre una procesión del Corpus tan insólita como impresionante celebrada en la propia cárcel de Ventas en 1939, a los tres meses escasos de la entrada de las tropas franquistas en la capital. Más de una decena de negativos ilustrando las diversas fases de la procesión por el recinto externo del centro y algunas dependencias interiores. Un documento excepcional, toda vez que de aquel “almacén de reclusas ”, cuyo recuerdo habría debido figurar en los anales de la historia -al menos en la de la infamia- no se conservaron ni los planos. Desalojada la cárcel a finales de los sesenta, el solar fue subastado durante la década siguiente y actualmente se levanta en el mismo un barrio residencial. Es como si,junto a la memoria personal y colectiva de las presas, la historia hubiera dejado en manos de la fotografía la responsabilidad del relato de lo sucedido.

El autor
Martín Santos Yubero, fotógrafo oficial del diario Ya desde 1934 hasta finales de los sesenta, contaba más de ochenta años cuando logró vender su enorme archivo fotográfico a la Comunidad Autónoma de Madrid. Más de medio millón de negativos que incluían retratos -populares o de famosos, desde toreros hasta escritores o políticos- y reportajes sobre acontecimientos sociales de todo tipo, de época republicana y posterior. Compañero de andanzas de fotógrafos como el famoso Alfonso y su hijo, vivió y protagonizó la primera gran fase de desarrollo del fotoperiodismo español, con sus cámaras cada vez más manejables y su pasión por retener lo cotidiano y lo urgente, la noticia de impacto cuya imagen se reproducía en tiradas de periódicos y revistas imposibles de alcanzar hoy día, verdaderos sustitutos de la actual televisión. Si el gran Alfonso y su taller caerían en desgracia con el régimen franquista, el no tan brillante Santos Yubero destacaría como fotógrafo oficial en el Nuevo Estado, convirtiéndose en uno de los elegidos de El Pardo, uno de los pocos -diez o doce- que tenían paso franco en cualquier institución, Cortes incluidas. Muchas de las fotos de su archivo habían sido realizadas por sus ayudantes, aunque figuraran a nombre del jefe, el editor gráfico de Ya . Allá por junio de 1939 contaba unos treinta y seis años: ¿estuvo él aquel día detrás de la cámara, dentro de la prisión de Ventas, o sería tal vez uno de sus anónimos ayudantes? Probablemente nunca lo sabremos. Martín Santos Yubero falleció en 1992, unos cuantos años después de haber vendido -o malvendido, por algo más de millón y medio de pesetas- su inmenso archivo. Tendremos que conformarnos con la mirada de la que nace esa fotografía, de encuadre perfecto, que rezuma simbolismo.

La mirada
Un soldado en primer plano, con bayoneta calada: razón e instrumento del golpe militar que inauguró la época la época franquista. El primer plano explica, pues, la escena y la historia: todo empezó por la fuerza de las armas. “Venceréis pero no convenceréis ”, dicen que dijo Unamuno. Como telón de fondo, las elegantes líneas de un edificio de estilo racionalista y época republicana, la cárcel de Ventas inaugurada en 1933, obra de un arquitecto que también conocería cierta notoriedad con el nuevo régimen: Manuel Sáinz de Vicuña. Ventanas anchas para que pudiera entrar la luz e iluminar el opaco universo interno de la cárcel, cumpliendo así el deseo de Victoria Kent, primera directora de Prisiones de la historia de España, verdadera artífice del proyecto. Una prisión moderna y humanitaria para las mujeres delincuentes, con terrazas incluso para las presas madres: en la imagen se aprecian tres, asomadas en lo alto. Un hermoso sueño truncado por la represión franquista, tan cruel como urgente. La prisión modélica de la República convertida en un “almacén de reclusas ”.

En el centro de la imagen, la esencia trascendente que inspira, justifica y enaltece a la bayoneta del primer plano: la Iglesia católica en pleno despliegue litúrgico. El capellán portando el solemne cuerpo de Cristo, bajo palio. A lo largo de aquel jueves, Madrid fue testigo de numerosas procesiones de la “tradicional y españolísima fiesta del Corpus Christi ”, en las calles y en las cárceles, como rezaba el artículo publicado días después en la revista penitenciaria Redención. Continuos desfiles de piquetes militares, centurias falangistas, cofrades y adoradores nocturnos, miembros de Juventudes Católicas, entonando el Himno Eucarístico y el del Movimiento, perfecto maridaje de la religión con la política. En las cárceles de hombres como la de Porlier también se celebraron las misas de rigor, pero el acto más lucido fue sin duda el de la prisión de Ventas, y de ello da fe la instantánea retratada por Yubero.

Adelantados, varios niños, probablemente hijos de presas, vestidos de angelitos para la ocasión, portando flores. Alrededor, más soldados con fusiles. La religión como ideología, engrasando las piezas de la maquinaria represiva del régimen. Iglesia y ejército, sanción divina y mano terrenal, ejecutora. Siguiendo al capellán, las autoridades de la prisión, con cirios en la mano: la directora Carmen Castro, el subdirector, José María Muncharaz, el médico, Delfín Camporredondo, los funcionarios y funcionarias. Nuevos carceleros promovidos no por su cualificación, como en tiempos de Victoria Kent, sino por su adhesión al régimen y su condición de parientes de las “víctimas de la barbarie roja ” durante el período republicano. Para asegurarse la dureza e inclemencia del castigo del disidente, ¿qué mejor recurso que utilizar a las víctimas como verdugos? Todo el engranaje represivo del universo carcelario afirmado sobre el resorte de la venganza personal. La procesión no echa en falta, por lo demás, la figura de la antigua víctima de los desmanes republicanos representada por María Millán Astray, hermana del fundador de la Legión y encarcelada en las Ventas de 1936 y 1937, posteriormente canjeada. La víctima como coartada constante del terror.

Alrededor de la comitiva, jalonando la marcha, las presas arrodilladas purgando sus pecados. Una mínima parte de las miles que estaban dentro y que sobrevivían ajenas a la escena, hacinadas en celdas, pasillos y lavabos. La mayoría de ellas, políticas: el régimen aún no había tenido tiempo de normalizar la represión carcelaria y castigar sistemáticamente los “delitos contra la moralidad pública ”, esto es, la prostitución ilegal, que hasta 1956 estaría permitida y reglamentada. O los delitos económicos, como el “estraperlismo ” desencadenado por la miseria de la posguerra. No: la mayoría de las presas de las Ventas de 1939, tal y como señalan los testimonios de las supervivientes y los expedientes penitenciarios conservados, eran políticas. Esto es, habían sido condenadas por “auxilio ” o “adhesión a la rebelión militar ”, una acusación tan genérica y ambigua que podía incluir desde militantes de partidos y organizaciones de mujeres hasta simples trabajadoras voluntarias o remuneradas en la retaguardia madrileña -trabajo en comedores infantiles,hospitales-, pasando por las parientes de antifascistas huidos, retenidas en calidad de rehenes. Una categoría que no reparaba mientes ni en oficios ni en edades: desde jóvenes de quince años hasta ancianas de ochenta, desde campesinas a intelectuales. Incluidas, máxima ironía, varias de las antiguas jefes de servicio y funcionarias de la prisión de Ventas durante la época republicana, culpables de haberse atenido escrupulosamente al reglamento del cuerpo creado por Victoria Kent, como Matilde Revaque, Dolores Freixa o Isabel Huelgas de Pablo.

La imagen captada por la cámara registra el paso de la procesión por uno de los laterales de la cárcel. El recorrido continuaba por todo el recinto interior, entrando en la enfermería y en el antiguo salón de actos, a la sazón convertido en capilla. En una muestra más del estrecho matrimonio entre religión y política que escenificaba el nuevo régimen, la fiesta del Corpus, la de la solemnidad del cuerpo y la sangre de Cristo, se convertía en el acto purificador esencial de un espacio infectado de “marxismo ”, según la terminología franquista. No por casualidad después del levantamiento de julio de 1936 y vaciada de presas por exigencias de la guerra, Ventas se había llenado de reclusos políticos de derechas, algunos de ellos tan famosos como Ramiro de Maeztu, ideólogo de la raza hispana. Las tristemente famosas sacas republicanas de Ventas, con las ejecuciones extrajudiciales de Paracuellos del Jarama, en el camino hacia Valencia, estaban en la mente de los nuevos verdugos del 39. De ahí su pasión purificadora, expresada de manera dúplice en los planos simbólico y real, en la escena pública y en la oculta, a la luz del día y con alevosa nocturnidad.

Porque aquel mes de junio de 1939 que presenció la gozosa apoteosis del Corpus en Ventas fue también testigo de la mayor cifra de fusilados en Madrid capital entre 1939 y 1944, en las tapias exteriores del cercano cementerio del Este. Si el total abarcado ascendió, según los registros del camposanto, a 2.663 personas, sólo en junio de 1939 fueron fusiladas 227, dos de ellas mujeres. Mujeres encarceladas por cierto en la misma prisión de Ventas, y que quizá asistieron a los actos religiosos de aquel Corpus con el corazón encogido de miedo: las hermanas Manuela y Teresa Guerra Basanta, fusiladas el día 24. Las primeras presas de Ventas en ser ejecutadas, un dato que circulaba de boca en boca entre las reclusas y que nos ha sido transmitido por las supervivientes, corroborado además por la documentación penitenciaria. Mujeres ejecutadas en otra apoteosis bien distinta -de terror- de la que no existen fotos ni imágenes, cargadas o no de simbolismo, con pocas o muchas historias que contar. Como si fuera un negativo de la historia, tan necesario como olvidado, durmiendo en algún oscuro archivo o viviendo en la memoria de una anciana.

Barcelona, agosto de 2004.